
Cuidar en los márgenes: experiencias queer en Yucatán
Una entrevista a Aede
El relato de Aede pone en evidencia cómo el Estado, lejos de garantizar derechos, profundiza la exclusión de las disidencias sexo-genéricas. Frente a ello, Aede despliega formas colectivas, digitales, familiares y afectivas de cuidarse y cuidar, revelando la potencia de las redes alternativas ante un sistema profundamente violento, clasista y cis-heteronormado.
Aede se reconoce como una persona cuidadora. Lo dice sin rodeos, aunque admite que, muchas veces, le resulta más fácil cuidar a otres que a sí misme. Su historia está atravesada por el cuidado en múltiples formas y espacios: en la cercanía con su madre, que vive con discapacidad; en los vínculos de amistad que la vida le fue tejiendo; en las trincheras de la militancia donde el afecto es también una forma de resistencia. Aede sabe que cuidar duele, cansa, exige. Pero también ha aprendido que, en redes conscientes, ese peso puede compartirse.
“Reconozco que me es más fácil extender cuidados a otras personas, a veces antes que a mí misme… pero he tenido que trabajar día a día para que no muera en el intento.”
Desde hace años, Aede ha participado en espacios colectivos, algunos autogestionados, otros desde el activismo independiente. Su rol ha estado muchas veces en lo digital, un terreno donde también se cuida. En talleres con personas trans y queer en las periferias urbanas, Aede ha facilitado procesos que combinan comunicación, redes sociales y gestión segura de información sensible. En esos espacios, el cuidado no es solo emocional: es técnico, estratégico, colectivo.
“He estado en colectivas donde mi rol es la comunicación y redes sociales… incluye la parte de cuidados digitales, no sólo de manera interna, sino también la información que manejo.”
Pero fuera de esas redes, el panorama institucional es otro. Aede habla del Estado con desconfianza. Enumera los programas que existen —salud, transporte, vivienda, guarderías, becas—, pero enseguida los matiza. No son accesibles para todes, dice. Están pensados desde una lógica de trabajo formal, de familias heteronormadas, de cuerpos que cumplen con ciertos estándares.
“Sí hay muchas cosas que están… pero es como si no estuvieran realmente, porque no son sostenibles ni accesibles para todes.”
Y esa distancia institucional se vuelve violencia concreta en su experiencia como persona trans, no binarie e intersex. En su paso por el sistema de salud público ha enfrentado comentarios gordofóbicos, miradas lascivas, ignorancia médica y una hostilidad constante hacia su identidad. La visibilidad corporal —no cis-pasante— marca una diferencia que pesa en cada trámite, en cada consulta, en cada acceso.
“Definitivamente, en mi caso personal, que soy una persona trans, no binarie e intersex, es difícil… sí hay muchas cosas que definitivamente hacen más difícil todo.”
En Yucatán, donde vive, esa violencia se intensifica. Es un estado profundamente conservador, donde la diversidad no solo es mal vista, sino constantemente vigilada y sancionada. Aede vive en alerta permanente. Incluso cuando logra acceder a algún servicio, lo hace sabiendo que también ahí habita el maltrato, la discriminación, la desprotección.
“Yucatán es uno de los estados más conservadores del país… sí es como un estado de alerta casi permanente.”
Frente a ese abandono, Aede ha tejido sus propias estrategias. Se cuida en red, desde la autogestión. Tiene un protocolo personal para emergencias, usa herramientas digitales para compartir su ubicación y monitorear trayectos. Participa en redes de trueque, en iniciativas de economía solidaria, en espacios de atención psicológica gratuita y apoyo mutuo. El cuidado, para elle, es una forma de sobrevivir.
“He estado dando mucho peso a tener un protocolo personal… el tiempo de reacción es crucial en caso de que algo suceda.”
En lo cotidiano, el cuidado también toma forma en su casa, en la comida que prepara, en los intercambios con su familia y con las personas cercanas. Lo vive como una práctica territorial, condicionada por la precariedad del transporte y la centralización de servicios en la ciudad. Cuidar, en su vida, es recorrer distancias, compartir alimentos, sostener redes afectivas y materiales.
“Dentro de las prácticas está también el cuidado en cuanto a la alimentación y la comida… no solo en mi propia cocina, sino también que intercambio con elles que están cerca.”
La experiencia de Aede pone en evidencia cómo el cuidado, para las personas trans e intersex en contextos conservadores como el de Yucatán, es tanto una necesidad como una forma de resistencia. Las políticas públicas, lejos de incluir, muchas veces refuerzan la exclusión y la violencia. Frente a ello, Aede y su comunidad sostienen la vida con creatividad, afecto, tecnología, redes familiares y redes de apoyo. Su relato nos invita a pensar el cuidado no como una prestación estatal neutra, sino como una práctica profundamente situada, desigual y política.